Literatura

Un ensayo rápido, desordenado y sucio. Pero algo es algo.
Saludos.


Literatura, ensayo.

¿Cuántos libreros hay en su casa?

¿Cuántos en su oficina, estudio o despacho?

Visualícese de pie frente a cada uno de ellos. Observe en su mente los detalles: la forma, el material, el color; si está empotrado en la pared, sostenido sobre pies o es una simple repisa; si es cuadrangular, curvo, espiral, oblicuo; intente recordar el olor de la madera, si es el caso.

¿Cuántos libros hay en esos libreros?

¿Llenan las repisas y cajones?

¿Cuánto espacio destina a otros papeles en matas, carpetas, revistas; a objetos varios: recuerdos de vacaciones, muñecos de felpa o papel maché, monedas, ceniceros, portarretratos? En su mente párese de nuevo frente a los libreros, pero ahora centre su atención en los libros que ahí descansan. ¿Puede contarlos? Hágalo. Cuente también los que están en la canasta en el baño y sobre el buró; en la cocina, en el carro, en el casillero de su trabajo, en su bolso o mochila. ¿Son sus libros? Piense también en los que ha dejado en los lugares en que ha vivido. En su antigua casa o escuela u oficina.

De seguro ya tiene un número en mente. Pero considere sólo aquellos a los que puede llamar libros suyos. No los de sus padres o amigos. No los que compró para la escuela o para la casa. Aquellos que son de Usted y sólo de Usted. Los que guarda con celo. De aquel número que obtuvo quédese sólo con éstos. ¿Cuántos son? Vea en su mente las portadas una por una. Intente, si puede, recordar la tipografía, el tono de las páginas, el olor al voltear las hojas, alguna dedicatoria que esté escrita en la contraportada.

Por último, descarte ahora aquellos libros que Usted nunca leyó completos. Quédese sólo con los que recuerda haber leído desde la fecha de impresión hasta el punto final del epílogo. ¿Aún le quedan libros? ¿Hay alguno que recuerde con especial cariño? ¿Acaso es de literatura?

No es de sorprenderse que como mexicanos leamos poco, y como individuos a veces menos: cuando aprendemos a leer nos obligan a usar el recién descubierto tesoro para tediosas tareas. Preferimos por mucho usar nuestra imaginación nata de niños en juegos creativos, dramáticos o deportivos que seguir leyendo al terminar la tarea. Cuando con la edad y el tiempo los motivos de esa imaginación que sentíamos interminable se van agotando como un pozo cada vez más profundo, aparece en todos una necesidad de llenarlo echando nueva agua en él. Pocos son los que encuentran en la literatura esta agua para saciar su sed de nuevos mundos. La mayoría irá buscando cualquier otra actividad que no tenga nada que ver y no les recuerde lo que para ellos es sinónimo de escuela y tareas. Nos enseñan a temer la lectura, a odiar la lectura, aburrirnos con la lectura, desesperar con la lectura. ¿Quién no fue alguna vez de niño castigado con hacer planas del mismo enunciado? También con el escribir tenemos asuntos pendientes, miradas duras. En nuestro subconsciente se quedan enlazados el dolor en la muñeca con el lápiz y el papel. Pocos escribimos literatura por gusto.

Con el paso del tiempo la vida nos va dando muchas oportunidades para justificar nuestra pobre cultura lectora: como pueblo trabajador que somos (porque sí lo somos) lo que queremos en el descanso es una actividad que nos permita eso: el descanso. Y leer es una actividad físicamente abrumadora, más si se realiza con entusiasmo. Leer no es como ver televisión o escuchar música, donde uno se vuelve un espectador pasivo. La lectura requiere un cierto esfuerzo cognitivo y mantener un continuo flujo de ideas. Es decir, se necesita pensar. A eso se refería Vargas Llosa (2000) en su artículo Un mundo sin novelas cuando hablaba de las películas o programas “literarios”. Son escasos y muy poco populares porque cuando uno ve imágenes está esperando ser impresionado, excitado. Pocas personas (y por lo regular son quienes disfrutan de la lectura) encuentran placer en este tipo de medios audiovisuales que exigen a uno el uso del seso. Finalmente, estas mismas excusas relacionadas con el poco tiempo o el agotamiento diario para no leer provienen de actividades que quizá sin querer nosotros mismos elegimos: preferimos trabajos que nos demanden gran esfuerzo físico mientras no nos exijan el ejercicio mental. Maquilamos en lugar de crear.

Dejando de lado el triste tema de nuestra posición socioeconómica y su relación con el índice de lectura personal y nacional (que a muchos les entusiasma resaltar pero a mí primero me llena los ojos con lágrimas), otro efecto claro de leer poco es la degradación de la lengua. Las consecuencias pueden verse más abrumadoramente en la juventud, y la evolución de este mal entre una generación y otra es tan acelerada que asalta los sentidos desprevenidos. Debido a la gran cantidad de tiempo que pasan (y pasamos) en la Red, y porque ahí sucede la mayor parte de nuestro intercambio de ideas y mensajes escritos, es por donde recibimos la mayor influencia de formas lingüísticas ajenas a nuestro ambiente “real” (identificando el ambiente en cuestión como “virtual”). Si el Internet en su totalidad estuviera redactado con una retórica impecable y un vocabulario diverso, esta influencia sería positiva en el lenguaje popular, y mucho. Pero como los exploradores de la Red sabemos, la realidad es otra. Viendo por encima de la mala ortografía y gramática que se emplea en general en Internet, una grave amenaza es que la mayoría de las páginas de Internet, o la mayoría de las relaciones que se dan en este ambiente, están codificadas en otros idiomas, principalmente el inglés. Y no es, como mencionaba, un inglés impecable. También es uno lleno de reducciones y sustituciones degradantes y crueles para cualquier literato. (Entiéndase por literato a la persona que ama la literatura).

Como último punto, y para escapar de un final lúgubre, me gustaría mencionar las bondades de la literatura que me parecen más importantes o que dejan una más profunda impresión en la persona.

Una ampliación de nuestra visión de las cosas, de las verdades: no ve lo mismo ni tan lejos aquél que ve a través de sus propios ojos que quien también ve con los de otros. Y estas nuevas y diferentes visiones se adquieren con la literatura, más que cualquier otra arte o ciencia.

Un pensamiento crítico, pero también optimista, porque el que ha leído mucho y grabado las ideas de otros con las suyas tiene la capacidad de desarrollar soluciones a la par que juzgar las ideas, en lugar de sólo prever un futuro oscuro.

Como tercer y último punto, retomo a Vargas Llosa en su ponencia sobre la libertad: sólo pensando por uno mismo se puede ser libre, y aún en esta esfera, sólo actuando con bien y por el Bien, teniendo como objetivo la perfección de la persona (o el alma) y como visión un mundo ideal y rico se puede ser verdaderamente libre, en vez de sólo rebelde. Para alcanzar esto es necesaria la unidad de los individuos, sin que por ello dejen de ser individuos. Y hasta que desarrollemos la telepatía, no veo otra forma de hacerlo que la literatura: el arte de dejarnos impresos en el pensamiento y actuar de los demás.

[R!2X]